LA DOCTA IGNORANCIATomado de
[Filosofía]
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Expresión conocida principalmente a través de la interpretación dada por
el cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464), en su obra más famosa De docta
ignorantia, doctrina que luego defendió en el escrito Apologia doctae
Ignorantiae (‘Apología de la docta ignorancia’).
El tema de la “ignorancia sabia” estaba ya presente en la filosofía
desde Sócrates, quien había puesto el inicio del conocimiento filosófico en el
“sólo sé que no sé nada”. Ante el falso conocimiento de muchas cosas,
proclamado por muchos hombres pretenciosos, y el conocimiento verdadero de la
propia ignorancia, no cabe duda que éste conocimiento es más sabio que el de
aquéllos. Tenemos, pues, que el reconocer la propia ignorancia equivale, ya
desde Sócrates, a un situarse abierto a la recepción del conocimiento, como una
“disposición” a la adquisición de la verdad. Dice Julián Marías que la
“paradójica unión del adjetivo y el sustantivo en esta expresión, refleja
admirablemente lo que ha sido siempre la filosofía: docta ignorancia, perpetua
interrogante, desconocimiento, cuestiones abiertas, después de pensarlas
largamente, de hacer inauditos esfuerzos para ponerlas en claro. Eso es lo que
significa una ignorancia docta”. Al igual que el principio socrático, la docta
ignorantia adquiere valor de principio y fundamento de todo conocimiento
humano.
El Cusano la define como “visio sine comprehensione”, explicando que
“por encima de nuestra comprehensión, nos conviene ser doctos en cierta
ignorancia”. La expresión encuentra sus antecedentes en la tradición platónica
de San Agustín y de San Buenaventura. Nicolás de Cusa se sirve de ella para
justificar la denominada teología negativa, una doctrina sobre el conocimiento
de Dios consistente, esencialmente en la negación de toda posible afirmación
acerca de Dios, y de toda posible referencia al mismo (véase el apartado
Teología positiva y teología negativa en Teología). Entra aquí de lleno la
teoría gnoseológica del Cusano; nuestro proceso cognoscitivo está siempre en el
dominio de lo que es distinción y oposición, comenzando por la percepción -que
es unidad de expresiones distintas-, siguiendo con el concepto -que es una
unidad en la que se recogen múltiples percepciones-, hasta culminar en el saber
científico. En todo este proceso, la afirmación de una cosa es negación de todo
aquello que sea distinto a esa cosa.
La verdad en sí misma, es algo absoluto, unitario, infinito. Pero la
verdad de nuestra razón es siempre algo relativo, distinto, finito. Ello
implica la incapacidad de nuestra razón para alcanzar la verdad en sentido
absoluto, universal, o sea, la verdad como es en Dios, la verdad que es Dios.
En realidad, cualquier afirmación nuestra no es la verdad, sino una conjetura,
una aproximación a la verdad. Ahora bien: por encima de la razón, está el
intellectus (entendimiento), como actividad supra-racional, iluminada por la fe
o la mística. Por medio de ella tenemos la intuición pura de la verdad
absoluta, llegando así a la concepción del infinito, como universalidad de
unidad. Aunque en este punto alcanzamos el mayor grado de semejanza con Dios,
en modo alguno llegamos a comprenderlo. Quedamos, por lo tanto, siempre en el
dominio de la docta ignorantia, por encima de la cual se encuentra la
revelación, la cual hace que nuestra ignorancia se convierta, según la
expresión de San Buenaventura, en deliciosa oscuridad, pues “la exactitud de la
verdad luce incomprensiblemente en las tinieblas de nuestra ignorancia”. “Y,
-continúa el Cusano-, ésta es la docta ignorancia que investigamos, sólo
mediante la cual, según explicamos, podemos alcanzar el máximo Dios unitrino,
de infinita bondad, según los grados de la propia doctrina de la ignorancia,
para que con todas nuestras fuerzas podamos alabar siempre al que siempre se
nos muestra como incomprensible y que sea bendecido sobre todas las cosas en
los siglos”.
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